MI VIAJE SOBRE LAS AGUAS DEL RÍO SAN JUAN

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INTENTANDO UNA CRÓNICA
Por Yesid Francisco Perea Mosquera
Mi último tío materno se encontraba en grave estado de salud desde hacía varios meses, a pesar de la atención médica prodigada por sus hijas; él estaba residenciado en el principal puerto sobre el pacífico colombiano, en Buenaventura, desde hacía muchísimos años. Allá nacieron todos sus hijos, hombres y mujeres, y en esa ciudad tenía sus principales amigos; siempre fue muy querido por sus hermanos y en forma especial, por sus sobrinos, a quienes les decía “cuñado”, bajo el argumento de ser el novio de todas nuestras madres, que por demás eran sus hermanas. Su estado de gravedad conocido por todos los familiares nos mantuvo muy al pendiente de noticias suyas, las cuales no estaban revestidas de optimismo dada la gravedad de su estado de salud; sobre las 11:00 de la mañana de aquel día fatídico, veo el nombre de una de sus hijas en la pantalla de mi celular, lo que generó que mi corazón se alterara de forma súbita, comprendiendo al instante que las noticias no serían buenas, y en efecto, cuando el llanto se lo permitió me notició sobre la muerte de su padre.
En atención al conocimiento de la enfermedad del tío y previendo ser noticiados en cualquier momento, habíamos organizado el viaje por agua, utilizando las corrientes del Río San Juan y la facilidad de una lancha que nos fuera suministrada para hacer el desplazamiento en un grupo de familiares, buscando también hacerle honor a la economía.
Con el ánimo entonces de llegar al mencionado puerto, viajé hasta Istmina, la segunda ciudad en importancia del departamento, lugar en donde me encuentro con el resto de mis familiares y sobre las 10:00 de la mañana del día viernes siguiente, emprendimos la ruta por sobre las aguas del majestuoso Río San Juan, con lo cual iniciaron mis sorpresas.
Acontece que estudié parte de mi primaria y todo el bachillerato en Istmina, distante hoy 9 kilómetros de Condoto mi pueblo natal por vía carreteable, pero para los años de mi escolaridad en la capital del san Juan como se le denomina a aquel Municipio, para poder llegar a mi pueblo debía subirme a una lancha de hierro atravesada por tablas de madera para sentarse, con espacio para 4 pasajeros, si eran delgados; era lenta, con motor de centro o ubicado en la parte posterior de la embarcación (la popa dirían los entendidos), y ese desplazamiento duraba media hora o un poco más; en la mitad del trayecto se encontraba un corregimiento llamado San Antonio, el cual era muy concurrido porque allí vivía una persona muy espiritual, y ese caserío era bastante visitado, tanto, que San Antonio como se llamaba el caserío, se convirtió en parada necesaria de lanchas y botes con motores fuera de borda, subiendo o bajando por el río sanjuán, porque siempre habían pasajeros que se quedaban o se subían a la embarcación de transporte público o privado; las personas acudían a buscar el consejo adecuado frente a sus particulares situaciones; siempre acertaba en sus consejos, hoy goza del amor pleno de nuestro Dios. Pues, como les decía, en la intención de mirar aquella población, cuál no sería mi sorpresa cuando lo que divisé fue Andagoya, cabecera municipal del Municipio del Medio San Juan, y ello por cuanto el viaje en este bote, en el de ahora, tan solo duró 5 minutos; es decir, el tiempo se redujo en 25 minutos frente a la media hora de unas décadas atrás. En plata blanca, no me di cuenta cuando pasamos por donde quedaba san Antonio, lugar al que fui muchas veces a pesar de mi adolescencia.
Seguimos bajando por el río san Juan divisando poblaciones a lado y lado de ésta corriente de agua, encontrándonos con pueblos tales como Dipurdú del Guácimo, Noanamá, Panamacito y Cucurrupí, todos en la margen izquierda bajando, y a la derecha Primavera, Isla de la Cruz, San Miguel, Copomá y pangalita, entre otros tanto, porque viajábamos en una lancha a nuestra disposición, sin necesidad de arrimar. Son pequeños poblados de un número importante de habitantes en algunos casos, de casas palafíticas, pues vivir a orillas de ríos y quebradas en el Chocó impone la necesidad de construir pisos altos por las constantes inundaciones, lo que demuestra la violencia hasta de la naturaleza con nuestros campesinos, dadas las grandes crecientes de ríos y quebradas, inundándolo todo y arrasando con todo de la noche a la mañana; las averiguaciones posteriores me permitieron conocer al menos los nombres de esas comunidades, en donde siempre se utilizó la minería tradicional, la del mazamorreo, amigable con la naturaleza y el medio ambiente, sin la utilización del mercurio, metal pesado y que tanto daño le hace a nuestro ecosistema, en contraposición a la minería mecanizada de hoy día con retroexcavadoras y dragones, y la presencia permanente del citado elemento, mismo utilizado para separar las impurezas adheridas al metal extraído.
Proseguimos nuestro camino bajo un cielo gris, surcando las aguas del Río San Juan, parte sur del Chocó, con un cielo gris y con lloviznas casi permanentes durante el tiempo que duró nuestro desplazamiento, que bañaban nuestra embarcación y de la cual nos protegíamos con la carpa que cubría la lancha. Todos los pueblos quedan a orillas del san Juan como quedó anotado atrás, y sus habitantes se alimentan de él a través de la pesca, de la minería tradicional (extraen el metal para ser vendido) y de los árboles de pan coger, sea decir, los sembrados que producen frutos comestibles; se observan a lado y lado de la mencionada corriente de agua muchos cañaduzales, pero también los desechos de la caña de azúcar, los cuales-según investigaciones-, promueven y oxigenan el suelo, facilitando nutrientes a la superficie y combinado con otros productos, sirven para alimentación en la piscicultura; pero en estos caseríos se los ve arrumados en promontorios protegidos de las inundaciones, pues los ubican en partes altas de las poblaciones. Producen una bebida tradicional llamada “biche”, así como una miel para elaborar “panela de río” la cual envuelven en hojas cortadas y secadas en el área de sus respectivas poblaciones, a las que aliñan y agregaban coco; era o sigue siendo un dulce agradable al paladar.
Luego de avanzar por el río por espacio de dos (2) o más horas a una muy buena velocidad, sentimos un fuerte golpe en la pata del motor (así se lo conoce en el argot de los motoristas a la parte donde va la hélice o sea, la transmisión); por fortuna no pasó inicialmente de un susto, pues el motor golpeó un pedazo de madera sumergido, esa es una situación de común ocurrencia porque baja mucho palo arrastrado por las crecientes de los ríos que desembocan al san Juan y las propias de éste; seguimos nuestro camino y mi hermano, quien también viajaba entre la comitiva y tiene un buen oído para detectar cambios en el sonido del motor, producto de su larga experiencia navegando con motores fuera de borda, sintió un cambio en la secuencia que produce la máquina en su funcionamiento y casi al instante el motorista detuvo el aparato, lo apagó, pues confirmó el daño de la trasmisión ya mencionada y nos informó que no tenía repuesto porque quien manejó la lancha el día anterior no lo había dejado en su interior; todos nos miramos con alguna desazón y angustia, porque además no había ningún pueblo cercano, más allá de dos campesinos pescadores que se desplazaban en una canoa y nos dijeron que a la vueltica (y señalaron con el brazo) estaba Coredó, un pueblo grande a orillas del río en la zona en que nos encontrábamos. Pasaron “muchas vueltas” o curvas del río y no aparecía el añorado pueblo, pero sí apareció- luego de más de dos horas de estar a la deriva, percibiendo un olor desagradable por momentos, según la brisa y era un pez gato o barbudo muerto que giraba en torno al remolino que producía un charco ancho y profundo- un señor que se dirigía a este corregimiento, a Coredó, en una pequeña embarcación y que controlaba el arrastre por el río de una gran cantidad de madera. Esos trozos medían más de cien metros de largo dada la cantidad que traía el señor, quien nos dijo que tenía un aserrío en el mencionado pueblito. Este señor cuyo nombre no se le consultó por la prudencia que impone la zona, dada la presencia de fuerzas guerrilleras y de otros bandos, facilitó su pequeño bote como soporte para colocar la nueva transmisión, misma conseguida gracias a la lancha que cubre la ruta y que habíamos dejado atrás, mientras se bajaba un pasajero; así pudimos colocar el repuesto de la pieza averiada.
Pero el repuesto quedó mal colocado y el buen samaritano que nos auxilió con su lanchita debió regresarse al oír nuestros gritos dado que ya se había separado de nosotros, para ayudar a corregir lo que nuestro motorista había hecho mal; por fortuna, ser buena gente, servicial, amplio y generoso, es una característica de nuestros campesinos. Mientras tanto la madera arrastrada por el río se aproximaba a su destino, por lo cual nuestro anónimo amigo debió avisarle a alguien del pueblo para que, con un pequeño remolque, arrimara esa cantidad de trozos a la orilla, allá en Coredó; es decir, el ocasional personaje dejó de terminar su propia labor para ayudar a un grupo de personas desconocidas para él, pero así es nuestra gente. Por nuestra parte, por fin pudimos retomar nuestro camino, pero con inquietud por lo que a mí respecta, en razón a que el motorista miraba constantemente hacia donde está el motor, pues los mandos de la lancha quedan al frente de ella, en la proa; ello me generaba gran inquietud y zozobra porque soy observador, pues para mí algo no había quedado bien, algo no estaba correcto y la marcha desde ese punto hasta cuando arrimamos al pequeño puerto, fue de una total angustia. Luego que llegamos sabría la razón de tantas miradas hacia atrás de parte de nuestro motorista; cuando le consulté sobre la razón para mostrarse inquieto con el motor me confesó que al cambiar el repuesto había roto la bomba que refrigera el motor con agua y que por fortuna había quedado precisa, pero rota, al ajustar la nueva pieza; ¡que de no bombear el agua para la refrigeración nos hubiéramos varado de una vez por todas!
Superada esta dificultad seguimos avanzando y al lado derecho nos encontramos con una draga que trabajaba a todo poder extrayendo metales preciosos; sobre un mecanismo que se desplaza sobre rieles y poleas que le dicen “zepelín” este aparato drena, desecha las piedras, palos, peñas, etc., que no sirve para los intereses de los mineros y esos desechos son depositados al río sanjuán sin ningún control ni miramiento alguno. Entre esos desechos que son arrojados al río y que contienen todo el material sobrante, está incluido el mercurio, metal contaminador a más no poder, el cual irradia sus efectos sobre todos los pobladores que están más abajo de donde se encuentra el entable minero quienes, además, utilizan el río para todos sus quehaceres como habrá de quedar consignado en este escrito. Es tan dañino este producto que contamina los peces de su zona de influencia, los cuales son utilizados en la cadena alimenticia con las consecuencias posteriores.
Desde Istmina viajó con nosotros una señora que, al parecer, era la madre de la esposa del motorista que nos transportaba; ella se bajó en un corregimiento bañado por las aguas más cristalinas jamás vistas antes y que se ven más hermosas por el contraste con las turbias aguas del San Juan, éstas enrarecidas por la cantidad de sedimento que arrastran como consecuencia de la minería indiscriminada que se realiza a cielo abierto en varios sectores del gran río, como también en sus tributarios. El pequeño río, o mejor, la quebrada que baña a Fugiadó, así se llama la vereda, se represa al momento de desembocar en las aguas del san juan, mostrando un verde impresionante, el cual es aprovechado por las mujeres del corregimiento para lavar la ropa y seguramente para un baño distendido y refrescante, y para suplir otro tipo de necesidades; sus limpias aguas reciben las del san juan cuando se ve represado por las crecidas de éste y la turbiedad de las aguas del de mayor caudal se ven como bocanadas de corrientes color café que penetran al interior del río fugiadó; por su parte, las cristalinas aguas se oscurecen al hacer contacto con las del san juan, porque predomina, claro, la turbiedad con preeminencia del color café oscuro, consecuencia del mayor caudal del contaminador, sumado a la crecida de las aguas de la principal corriente fluvial por la presencia de las lluvias mencionadas arriba. Nunca antes había estado en “Fugiadó”, lugar donde se quedó la señora aquella en compañía de un menor; allí estaban lavando la ropa algunas mujeres jóvenes y de buen cuerpo, entablando conversación con alguno de mis primos, lo cual nos distrajo a todos, hasta cuando se escuchó la voz de alguien que dijo: señores y señoras muy buenas tardes, somos de las Farc…!para mí fue una gran sorpresa porque si bien es sabido de la presencia de los grupos insurgentes en esa zona del Chocó, nunca había visto a un guerrillero en vivo, en persona así estuviera de civil. Ellos eran dos, iban sin uniforme militar pero estaban armados y solo habló uno de color trigueño (por acá se los llama chilapos, normalmente oriundos del departamento de Córdoba), pues el motorista era negro y nunca dijo nada; el guerrillero fue muy amable, siempre sonrió y nos dijo que estaban jugados por la paz, que ellos no eran los matones que decían y que estaban dando a conocer los trinos de su comandante “Timochenco” alusivos a los diálogos de la Habana; nos dijo que una de sus grandes preocupaciones era que no fueran aceptados por la comunidad colombiana, pero que en todo caso estaban jugándosela por el éxito de los diálogos de paz; seguidamente nos entregaron unos plegables a todos los que íbamos en la embarcación, documento que nadie se atrevió a rechazar. Se despidieron con cortesía y se arrimaron al pueblo por un lugar distinto al que nosotros nos encontrábamos, con lo cual queda claro que en “Fugiadó” los insurgentes no encontrarán rechazo, como seguramente en ninguno de estos pueblos ribereños, pues vienen conviviendo desde hace mucho tiempo, sin pretender satanizar a ninguno de los pobladores porque cada uno es que vive sus propias circunstancias y las de estos paisanos no han sido positivas dado el olvido secular del Estado colombiano con un pueblo de mayoría afro descendiente como es el Chocó.
Continuamos nuestro viaje sin inconvenientes de ninguna naturaleza, disfrutando de las bellezas ofrecidas por los paisajes naturales de mi querido departamento, en el cual se funde lo verde de su vegetación con las caídas de agua que se deslizan por peñascos descubiertos por derrumbes naturales o provocados, que terminan por caer al río y que de alguna manera contribuyen, por momentos, con la sedimentación y el color de las aguas del multicitado torrente. Nos encontramos a propósito de contaminaciones, con tres entables mineros laborando a cielo abierto en la orilla derecha del San Juan; eran tres dragas trabajando a toda su capacidad y depositando sus desechos al río sin ningún tipo de control; es decir, restos de combustibles, aceites, etc., y también mercurio, porque los mineros mecanizados utilizan irresponsablemente este elemento para separar las impurezas adheridas al metal precioso, sin consideración por los daños al ecosistema o a las personas, cuya fuente principal de vida fue, es y será el río san juan. Solo pudimos ver el trabajo que vienen realizando de una manera rápida, pero somos testigos que a su paso están dejando unas tierras afectadas y mucha piedra lavada amontonada por donde trabajan, afectando y de qué manera, la capa vegetal y el subsuelo de un territorio habitado por comunidades negras e indígenas. Ellos no tienen quien les impida realizar su labor, pues en ninguno de los pueblos vimos asentamiento o presencia de la fuerza pública, muchísimo menos de alguna autoridad ambiental o de cualquier otro tipo. La solución que ha encontrado el Estado es la destrucción con explosivos de la maquinaria utilizada para la explotación minera, con el argumento de que son aparatos empleadas por bandas criminales para la explotación ilegal de los yacimientos mineros; y eso puede ser así en el caso de algunas personas, pero hay otras que apostaron sus ahorros para hacerse con maquinaria pesada para trabajar la minería y no pertenecen a estas bandas; con estas últimas personas se está cometiendo una gran injusticia y por eso los grupos insurgentes siempre encuentran insumos para su permanencia en gran parte del territorio nacional. Estamos hablando de personas que lo único para lo cual se prepararon fue para la minería, básicamente la artesanal, constituida por el mazamorreo y el barequeo; esa siempre fue una actividad amigable con el medio ambiente pues nunca utilizaron maquinaria pesada para remover la tierra, sino el canalón (que viene de la palabra canal), en el que con sus propias manos amasaban la tierra ayudados con elementos ancestrales, para luego lavar la arena y extraer manualmente el oro y/o el platino. Luego partían hasta donde el comprador de metales para venderlos y darles de comer a su, normalmente, numerosa familia; pues bien, de eso se está privando al minero artesanal y tradicional, empujándolo a integrarse a los grupos ilegales para poder darles de comer a sus familias. Por eso resulta claro entender la presencia de las Farc y del ELN en esta parte del país y en tantas otras, sin entrar a justificar o defender a nadie; esta es una realidad conocida por todos en mi departamento y en Colombia.
Pasadas las cuatro de la tarde del mismo día viernes, arribamos al corregimiento “Bajo Calima”, donde nos subimos a unos camperos que nos llevaron a Buenaventura para acompañar el velorio y posterior sepelio de mi querido tío. A pesar de la tristeza por la partida del tío, hubo un momento de risas debido a que, entre los familiares iba un policía en retiro y fue la persona que conservó varios volantes en su poder, aquellos entregados en Fugiadó por parte de los guerrilleros; el pariente salió de la lancha con su atajo de volantes alusivos a las farc, a riesgo de ser enfrentado por las autoridades de la policía. El momento de risas fue cuando se le gritó que soltara esos volantes, que qué hacía con eso aún en las manos, si era susto o se había embobado este policía en retiro; fue un momento de risas y de allí hasta el puerto de Buenaventura no hicimos nada distinto que burlarnos del pariente, quien terminó gozándose el momento. Al descender de la lancha en calima, nos encontramos con un pequeño puerto o embarcadero, con el movimiento propio de estos lugares; personas listas para ayudar a desembarcar el equipaje a cambio de una propina, otras atentas a cualquier oportunidad para quedarse con lo que no es suyo, vendedores de comida y otros productos, hasta que llegamos a los camperos que nos esperaban bajo la coordinación de un hijo del difunto, sea decir, un primo hermano nuestro; el desplazamiento duró más o menos 25 minutos en carretera destapada, hasta llegar a la vía principal y desde este lugar hasta llegar a Buenaventura duramos, en vía pavimentada, algo más de media hora.
En mi caso hacía más de 30 años que no iba a esta ciudad y me pareció que había crecido mucho; me llamó la atención unas vías de acceso amplias y ver pequeñas embarcaciones en los talleres me parecía como de película; esos barcos atraían mi atención.
Llegamos a la sala de velación donde ya estaba el tío arreglado en su caja mortuoria, nos abrazamos entre familiares, básicamente las primas y sobrinos, pero me fortaleció encontrarlos fuertes, sonrientes, convencidos del desenlace final y agradecidos con el tío, su padre, quien siempre respondió por sus hijos; fue un pensionado del puerto de buenaventura y eso le permitió cumplir con sus obligaciones. Al día siguiente acompañamos al sepelio y fue enterrado en un bien organizado cementerio, lo que me sorprendió positivamente; nos quedamos a dormir esa noche y al día siguiente regresamos a calima para asumir el retorno.
El regreso hacia Istmina fue más rápido y sin ningún contratiempo, gracias a Dios, solo nos detuvimos para almorzar en Copomá y luego, más arriba, nos hicieron señas desde la orilla para que nos arrimáramos; era una mujer blanca, cuya fisonomía denotaba no ser de nuestra región, concluyendo que debía ser miembro de los insurgentes; ella solo le pidió el favor a nuestro motorista para hacerle llegar una encomienda a alguien más arriba; este tipo de favores son recurrentes y es imposible decir que no se va a cooperar porque más temprano que tarde se la pueden cobrar.

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